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Análisis a la desescalada (parte 1):
¿Y si la distancia de seguridad en la playa es de 100 m.?

  • La 'Scripps Institution of Oceanography indica que en una playa el virus podría diseminarse hasta más de 100 metros, por la brisa.
  • Un corredor disemina micro-gotas que podrían llevar el SARS-Cov-2 hasta 10 metros de distancia. Y un 'paseante', a cuatro
  • Necesitamos cambiar modelos: Viajar rápido, lejos y volver pronto es la receta para la catástrofe.

27 abril, 2020

Eduardo Costas.
Catedrático de Genética de la UCM.
ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA NACIONAL DE FARMACIA

Apenas han transcurrido 20 años del presente siglo, pero los brotes de enfermedades virales (en su gran mayoría virus zoonóticos que pasan de animales al hombre) han alcanzado un record preocupante. Recordemos algunos de los más relevantes en orden cronológico: el SARS-CoV-1 (entre los años 2002 y 2004), la Gripe A H1N1 (entre 2009 y 2010), el Dengue (con tres brotes diferentes en 2009, 2013 y 2019), el MERS-CoV (en 2012), el Chikunguña (entre 2013 y 2014), el Évola (con dos brotes en 2014 y 2018), el Zika (entre 2015 y 2016) y el actual SARS-CoV-2 (que se inició a finales de 2019).

A parte de estos brotes virales pandémicos hubo varios más que se consiguieron atajar antes de que se expandieran y llegasen a ser noticia: el más reciente fue un brote de Hantavirus, que también ocurrió en China, durante el mes pasado.

A esta preocupante situación hay que sumar las antiguas pandemias virales, que todavía están muy lejos de solucionarse, como el SIDA (con más de 35 millones de contagiados en el presente siglo) y el preocupante rebrote de enfermedades que anteriormente estaban bien controladas, como el sarampión o la polio, por culpa del incremento de los colectivos anti-vacunas.

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Tampoco podemos olvidar que, además de los virus, hay numerosas enfermedades infecciosas producidas por bacterias: por ejemplo, los brotes epidémicos de cólera han fluctuado mucho en los últimos años, llegado a afectar a entre 1 y 4 millones de personas, con entre 21 000 y 143. 000 muertos.

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Lo peor es que la situación de estas enfermedades bacterianas empeorará considerablemente en poco tiempo, con la proliferación de bacterias resistentes a los antibióticos que están apareciendo cada vez con mayor frecuencia.

A pesar de las numerosas evidencias de peligro, en el primer mundo hemos estado ciegos a este problema hasta que el Covid-19 nos golpeó brutalmente. Tiene fácil explicación: la mayoría de estas enfermedades afectan a las personas que viven en países subtropicales y pobres.

Pero una serie de realidades recientes pueden agravar mucho más el problema: Miles de estudios científicos han descrito, con gran detalle, la serie de factores que nos han colocado en una situación idónea para que se desate la catástrofe. Tres de ellos destacan especialmente:

1. La destrucción de hábitats, que nos pone en contacto con nuevos virus zoonóticos, como el SARS-CoV-2, capaces de pasar al hombre desde los animales.

2. El cambio climático, que está dejando a los países de las latitudes templadas, como España, Italia o Grecia, al alcance de enfermedades que antes eran tropicales o sub-tropicales.

3. La globalización y el turismo, que nos hace desplazarnos más y más rápido que en cualquier otra época de la historia consiguiendo que estos peligrosos patógenos viajen muy rápidamente por todo el mundo.

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Aunque nos cueste reconocerlo, hemos tenido suerte con el Covid-19: sin duda está siendo una terrible catástrofe, pero, con respecto a la supervivencia de la humanidad, es tan solo una catástrofe relativa.

Los brotes de peste medievales terminaron con el 50% de la población europea. Las enfermedades que llevaron los colonizadores a América probablemente acabaron con más del 85% de la población de amerindios. Sin duda podría haber sido mucho peor: tan solo hay que imaginar qué hubiese pasado con el virus si, además de contagiar por micro-gotas, también se hubiese propagado masivamente a través del agua de abastecimiento contagiando a quienes la bebiesen y se lavasen…

Mientras se hacen planes para la desescalada, la opinión de muchos expertos es pesimista: en vez de aprender la lección e intentar hacerlo mejor, tan solo estamos intentando volver, cuanto antes, a lo de antes.

Las dudas sobre el turismo

En este sentido no deja de hablarse del turismo. Políticos, economistas y empresarios insisten: hay que conseguir reactivar, cuanto antes, el sector, pues es muy importante para nuestro PIB.

Empiezan a argumentarse que el turismo tuvo muy poca influencia en la propagación del Covid-19.

Pero ¿es cierto?

En cuestión de ideologías uno puede permitirse de creer en lo que quiera, sostener por mera palabrería argumentos falaces, o apelar a un sentimiento visceral. Contrariamente, en ciencia hay que contrastar rigurosamente la veracidad de la hipótesis: demostrar si son, o no, falsas.

Valoremos, empleando el método científico, cuanto influyó el turismo en el Covid-19:

Para ello hay que emplear el análisis de regresión, el procedimiento matemático más robusto que disponemos para encontrar la relación que liga a dos variables. Desde que empezó a desarrollarse a principios del siglo XIX, el análisis de regresión aportó ingentes conocimientos a la ciencia -desde el cálculo preciso de la órbita de los cometas, hasta la relación entre el tabaco y el cáncer-.

En nuestro caso calcularemos matemáticamente, para 157 países, cuál es el porcentaje de los muertos totales por el Covid-19 que puede explicarse en función del número de turistas que visitó el país.

En nuestra regresión emplearemos como variable predictora el número de turistas llegados a cada país (datos obtenidos en https://www.unwto.org/es/country-profile-inbound-tourism) y como variable independiente el número total de fallecidos por COVID-19 en esos mismos países (datos obtenidos https://covid19.who.int/region/euro/country/al).

Los resultados son de una rotundidad demoledora:

El número de turistas que llega a un país explica el 67% de los fallecidos por Covid-19 de ese país (para los aficionados a la estadística, los valores de la regresión lineal fueron R=0.81, R2=0.67; p=0.0001).

Y, según datos del 24 de abril de 2020, por cada millón de turistas que llega a un país de se incrementan en 4.122 los enfermos de Covid-19 de ese país.

Se trata de una estima estadística. Sin duda, los datos reales aún son peores: el turismo todavía es responsable de más muertos e infectados, debido principalmente a que los valores de fallecidos y afectados por Covid-19 que reconoce China están falseados a la baja según la mayoría de expertos (muchos estiman que hubo al menos 4 veces más muertos).

A menor escala los datos de España e Italia también infraestiman el número de infectados y de muertos (podría haberse excluido 8.000 muertos en las cuentas oficiales de España). Y estos países son muy turísticos.

Algo de esto barruntan algunos políticos y responsables del sector turístico cuando proponen que el sector debería abrirse pidiendo un “pasaporte de inmunidad” a los turistas, algo que la OMS se han apresurado calificar de “totalmente ineficaz”.

Un importante estudio de la Scripps Institution of Oceanography, uno de los mejores centros de investigación oceanográfica del mundo, indica que en una playa el SARS-Cov-2 podría diseminarse varias decenas de metros y a veces más de 100 (y esa es la única distancia de seguridad que garantiza que no va a haber contagios si se va a la playa).

También los estudios nos recuerdan que una persona corriendo disemina micro-gotas que podrían llevar el virus al menos hasta 10 metros de distancia y que un caminante a paso rápido lo hace, al menos, a unos 4 metros.

Con independencia de que el modelo actual de turismo masificado sea totalmente insostenible desde una perspectiva medioambiental, desde la salud pública es una bomba de relojería: el mejor medio de diseminar por todo el mundo, con mucha rapidez, cualquier nueva pandemia que afecte a los seres humanos.

Y, solamente en lo que va de siglo, ya ha habido muchas.

Viajar rápido, lejos y volver pronto es la receta para la catástrofe. Cambiemos el modelo. Aprovechemos mientras aún hay tiempo.

Cuidado, no sea peor el remedio que la enfermedad

Empezamos a enfrentarnos a esta crisis armados de una dosis desmedida de autocomplacencia: Recordemos los repetidos mensajes de Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, previendo que en España apenas tendríamos unos cuantos casos porque nuestra sanidad era la mejor del mundo.

La realidad es todo lo contrario: de momento somos el segundo país del mundo (y hay 194) en tasa de contagios por habitante. Y somos el país con el mayor porcentaje de sanitarios contagiados.

¿O acaso ya hemos olvidado cuando los cadáveres se hacinaban en morgues como el Palacio de Hielo y no había sitio en las UCIs?

Enfrentados al desconfinamiento todavía podemos hacerlo peor.

Tal vez convenga volver la vista a una de las pocas actividades que ha estado bajo el control de científicos de talento: la carrera espacial hacia la Luna. Tal vez haya sido la mayor hazaña tecnológica de la humanidad.

Nos dejó numerosas enseñanzas. Una de ellas cobra especial relieve en los tiempos del COVID-19. Cuando Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins amerizaron a las 18:50 del 24 de julio, tras volver de la luna, no recibieron los merecidos honores. Los confinaron en cuarentena, totalmente aislados del mundo en una cápsula de aluminio. Sus mujeres tuvieron que recibirlos saludando al otro lado de una gruesa ventana. Y eso que la probabilidad de que hubiese vida en la Luna era ínfima.

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