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Los científicos aseguran que hay datos para saber cómo actuar ante una nueva variante

  • Distintos países gestionaron de forma muy diferente la Covid, por lo que disponemos de un excelente experimento sobre la eficacia de las distintas medidas
  • Algunos gobernantes han conseguido cifras extraordinarias de respuesta a la pandemia con muy pocos muertos y muy poca ruina
  • Restricciones severas aplicadas durante mucho menos tiempo resultan más eficientes tanto a nivel de salud como para la economía

02 enero, 2022


Eduardo Costas.
Catedrático de Genética de la UCM.
ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA NACIONAL DE FARMACIA

En 1969, cuando Norteamérica era la gran potencia hegemónica que conseguía logros tan impresionantes como enviar el primer hombre a la Luna, Michael Crichton publicó “La Amenaza de Andrómeda”. Pronto se convirtió en un best-seller que hasta fue llevado al cine y a una miniserie de televisión.

Su argumento no puede estar más de moda en estos tiempos de pandemia.

– Un nuevo microorganismo totalmente desconocido, que incluso podría tener un origen extraterrestre, aparece en el pequeño pueblo de Piedmont, Arizona, matando rápidamente a todos sus habitantes excepto a un anciano y a un bebé.

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El patógeno, extremadamente infeccioso y letal, amenaza con desatar una catastrófica pandemia a nivel mundial.

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Unos gobernantes de película para un experimento científico

En “La Amenaza de Andrómeda” los gobernantes americanos actúan de forma impecable, poniendo la lucha contra el nuevo patógeno por delante de cualquier otro interés.

Reaccionan inmediatamente dedicándole todos los esfuerzos y recursos necesarios para derrotarlo cuanto antes. Enseguida aíslan la zona rigurosamente y el ejército rodea el área para que nadie, ni nada, consiga entrar o salir de Piedmont.

De inmediato convocan a 4 científicos extremadamente brillantes para que gestionen el problema.

Y deciden que serán esos expertos quienes tomen las decisiones.

– El primero de los seleccionados, que será el director, es un bacteriólogo ganador del premio Nobel en 2 ocasiones.

– El segundo es un extraordinario microbiólogo que investiga en nuevos patógenos capaces de causar pandemias.

– El tercero es un excelente patólogo que investiga el daño biológico que causan las enfermedades emergentes. Ç

– El cuarto es un innovador médico que ejerce con gran brillantez la actividad clínica.

Todos ellos tienen en común que además de ser expertos conocedores de las enfermedades infecciosas son, ante todo, investigadores de primera fila que se dedican a generar nuevo conocimiento.

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¿Es mejor que decida el que sabe o el que manda?

En la novela de Crichton los políticos dan una lección de cómo gestionar bien una nueva pandemia.

Primero son conscientes de que ellos no tienen la preparación necesaria para decidir sobre algo tan complejo y alejado de su actividad como es la lucha contra un nuevo patógeno.

También intuyen que los funcionarios de las clásicas instituciones nacionales de salud, que son buenos expertos en el estudio y gestión de pandemias conocidas, no son los más adecuados para acertar sobre lo que hacer con un patógeno totalmente nuevo que puede presentar un comportamiento muy diferente a todo lo que se sabe hasta la fecha.

Consecuentemente encargan la gestión de un problema con el que nunca se enfrentó la humanidad a personas que son expertas en crear nuevo conocimiento.

No es de extrañar que Michael Crichton escribiese tan certeramente sobre cómo podía gestionarse adecuadamente una pandemia. A fin de cuentas, además de escritor de fama, Crichton fue un médico excelentemente bien formado.

– Estudió en la Escuela de Medicina de Harvard, hizo su postgrado en medicina en el prestigioso Instituto Salk de la Jolla y fue profesor visitante en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts).

– Como él mismo contó, empezó a escribir novelas para poder pagarse los mejores estudios de medicina.

Gobernantes, de la ficción a la realidad

En buena medida el SARS-CoV-2 recuerda al desconocido patógeno de “La Amenaza de Andrómeda”.

Se trata de un patógeno que nunca antes había afectado a los seres humanos y del que nada sabíamos, aunque nada más desatarse los primeros brotes en Wuhan quedó claro que trataba de un coronavirus de transmisión aérea que resultaba potencialmente muy peligroso.

Los gestores de una serie de países del mundo buscaron el asesoramiento de los expertos más adecuados y consideraron que el objetivo prioritario era impedir la expansión del patógeno y acabar con él cuanto antes, salvando el máximo número posible de vidas.

En otros países, sin embargo, sus gobernantes probablemente confundieron sus deseos con la realidad, se rodearon de expertos inadecuados y fueron incapaces de valorar correctamente el riesgo.

Un experimento para arrojar luz al futuro

Como distintos países gestionaron de forma muy diferente la enfermedad, disponemos de un excelente experimento que arroja luz sobre la eficacia de las distintas maneras de gestionar una nueva pandemia.

Podemos comparar científicamente los diversos tipos de gestión. Y para ello nos bastaría con cuantificar los efectos de la Covid-19 en los distintos países.

Claro que en este experimento habría que comenzar por advertir una complicación que seguro no se le escapa a nadie. Y es que los datos oficiales de la incidencia en muchos países están maquillados en mayor o menor medida.

Pero aunque esto pone límites a la precisión de lo que podemos comparar, como no se trata de poner nota individual a ningún dirigente, todavía pueden extraerse conclusiones comparando los resultados más extremos.

Datos a tener en cuenta

Desde un punto de vista sanitario, uno de los mejores estimadores del éxito de la gestión es la tasa de muertes por millón de habitantes de un país.

– Porque tener muchas muertes es el peor resultado posible al que puede conducir una estrategia sanitaria.

– Pero como hay países con una gran cantidad de población y otros con mucha menos, solo una tasa de muertos en función de los habitantes permite establecer comparaciones.

Otro de los estimadores que podemos utilizar es la caída de la esperanza de vida en los distintos países.

Porque la Covid-19 no solo afectó a quienes se contagiaban con el SARS-CoV-2.

Los sistemas sanitarios de muchos países colapsaron y mucha gente murió de otras enfermedades de las que no hubiese muerto si los hospitales hubiesen podido seguir funcionando como antes de la pandemia.

Además, la esperanza de vida tiene en cuenta la edad de la gente que fallece. Y por eso en esta estadística tiene más peso que muera una persona joven a que lo haga un anciano.

Pero no todo es gestión.

Por ejemplo en lugares con una alta densidad de población que interactúa mucho entre ella va a ser más fácil que se propague mejor el coronavirus que en zonas con baja densidad de gente, aislada y que apenas interactúa.

Primeros resultados del experimento

Pese a que todo esto introduce factores estadísticos de confusión, probablemente lo que más sorprenda de esta pandemia son las pésimas cifras que se dan en las naciones avanzadas de Occidente.

Demasiados países de los más desarrollados del primer mundo como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, etc. superaron con mucho los 1.000 muertos por millón de habitantes, y varios de ellos incluso los 2.000. España se encuentra en este grupo.

En algunos países de la antigua Europa del Este, como Bulgaria o Hungría, superaron incluso los 4.000 muertos por millón de habitantes.

Las peores cifras se dan en algunos países sudamericanos, con Perú batiendo el récord mundial con más de 6.000 muertos por millón de habitantes.

Personal sanitario realiza pruebas de diagnóstico para detectar el coronavirus, en una imagen de archivo. EFE/J.L. Cereijido

Los países que mejor lo hicieron

En el extremo contrario se sitúan una serie de islas como los Estados Federados de Micronesia, las Islas Marshall, las Islas Salomón, Tonga, Samoa, etc.

A pesar de ser países que vivían en gran medida del turismo, de inmediato se blindaron totalmente mediante controles, rastreadores y aislamiento, y solo se puede acceder a ellos tras rigurosas cuarentenas.

No solo resistieron la primera ola, sino que a día de hoy su tasa de muertos de Covid-19 por millón de habitantes sigue siendo de cero.

Otros países mantienen cifras envidiables

Es el caso, por ejemplo, de Nueva Zelanda, que aplicó las medidas epidemiológicas clásicas (cuarentenas, rastreo, aislamiento y restricción en hostelería). A día de hoy sigue teniendo menos de 10 muertos por millón de habitantes.

Incluso algunos lugares muy densamente poblados y con la máxima interacción social, en los que en principio es mucho más difícil prevenir los contagios, consiguieron cifras excelentes, como Hong Kong con solo 29 muertos por millón de habitantes, Taiwan con 36 o Corea del Sur con 97.

China, la nueva potencia emergente, también destaca como uno de los lugares que mejor consiguió controlar la pandemia con poco más de 3 muertos por millón de habitantes.

La caída de la esperanza de vida

Análogamente las cifras disponibles sobre el coste de la pandemia en cuanto a la esperanza de vida, arrojan datos muy similares a la mortalidad por millón de habitantes.

De nuevo los países avanzados anteriormente nombrados muestran cifras catastróficas con pérdidas de esperanza de vida de al menos 2 años y a menudo de hasta 4.

La primera conclusión debería ayudarnos a las siguientes decisiones

La principal lección que podemos extraer de todo esto es que los países que declararon la guerra total al SARS-CoV-2 empleando desde el principio todos los medios a su alcance para luchar contra la pandemia, en especial utilizando con mayor dureza las medidas epidemiológicas convencionales (rastreadores, cuarentenas, distanciamiento social…) tuvieron muchísimas menos muertes.

De hecho, avanzados modelos matemáticos muestran que si en todo el mundo se hubiesen seguido medidas parecidas a las que se emplean en lugares como Nueva Zelanda o Corea del Sur, el SARS-CoV-2 se hubiese extinguido como muy tarde hace ya más de un año.

Quedaría preguntarse cuál fue el coste económico que pagaron estos países por obtener tan buenas cifras de salud.

Y tampoco está de más indagar acerca del coste “emocional” que pagaron sus habitantes.

En ambos casos una revisión de buena parte de los estudios disponibles indica que tanto su coste económico, como el sufrimiento de su población por las medidas adoptadas fue significativamente menor.

La explicación parece estar en que restricciones más severas aplicadas durante mucho menos tiempo resultan más eficientes tanto a nivel de salud como de economía, e incluso resultan más fácilmente soportables por la población.

Ya sabemos las estrategias que funcionan

La pandemia está lejos de terminar y seguramente no lograremos la extinción total del SARS-CoV-2.

Pero el tiempo transcurrido y los datos ya nos brindan la oportunidad de analizar rigurosamente, empleando el método científico, cuáles son las estrategias que funcionan bien y cuáles no.

Y aceptar esa realidad científica y obrar en consecuencia es algo que debemos hacer cuanto antes.

Porque más pronto que tarde podría resultarnos extremadamente útil.

Un nuevo reto puede no tardar en llegar

Estamos en un momento de nuestra historia en el que la catastrófica pérdida de biodiversidad nos va a enfrentar a una larga lista de nuevos patógenos que, aunque hasta ahora se limitaron a infectar animales, su mejor estrategia para sobrevivir en un futuro próximo va a ser la de dar el salto a la especie humana.

También la creciente resistencia de las bacterias a los antibióticos tiene el potencial de enfrentarnos a nuevas pandemias.

En este contexto no podemos olvidar que los patógenos no entienden de fronteras y que una respuesta adecuada solo puede ser a nivel mundial.

Si, como todo parece indicar, las pandemias como la de la Covid-19 no han hecho más que empezar, nos urge prepararnos para lo que vendrá.

Puede que no nos guste, pero tendremos que cambiar muchas cosas de nuestro estilo de vida.

Nuestra supervivencia está en juego.

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