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¿Por qué hemos pasado a actuar
como trogloditas frente al coronavirus?

  • Más de 9 millones de contagiados confirmados por PCR. Más de 500.000 fallecidos. Más de 150.000 personas contagiadas cada día.
  • La OMS advierte sobre el peligro del momento. Sanidad insiste en tomar precauciones. Las cifras les dan la razón. Pero nos relajamos
  • Dos características de nuestra mente, seleccionadas durante nuestra evolución, nos dificultan para gestionar bien esta crisis
  • Demasiadas personas se están dejando controlar por su mente de trogloditas en el momento más crítico de la pandemia

11 julio, 2020



Eduardo Costas.
Catedrático de Genética de la UCM.
ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA NACIONAL DE FARMACIA

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A nivel mundial la Covid-19 está en su peor momento: Hay más 9 millones de contagiados en todo el mundo confirmados por PCR (que en realidad son muchísimos más). Las cifras oficiales reconocen unos 500.000 fallecidos (también son bastantes más). Más de 150.000 personas se contagian cada día.

La pandemia está siendo especialmente catastrófica en el continente americano, originando también problemas muy serios en diversos países africanos y asiáticos. Mientras tanto Europa y China, que sufrieron antes la pandemia, están en mejor situación.

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En Europa volvemos a la “nueva normalidad”. Pero al relajar las medidas de confinamiento social cabe esperar un incremento del número de contagiados. Las últimas noticias lo recogen: amigos que dan positivo tras volver a reunirse, operarios contagiados en su lugar de trabajo, sanitarios infectados en hospitales…

La OMS advierte: Estamos muy lejos de haber ganado la batalla.

Sanidad insiste en que extrememos las precauciones, al tiempo que estudia posibles medidas de confinamiento localizadas para atajar los eventuales rebrotes.

Las cifras les dan la razón:

• Portugal, uno de los países que mejor gestionaron la Covid-19, ha tenido que dar pasos atrás en la desescalada.
• El rebrote de los casos locales también ha disparado la tasa de reproducción del coronavirus en Alemania, otro ejemplo de buena gestión, llegando a un preocupante 2.88 (cada persona que contrae la Covid-19 infecta a casi otras 3). Han vuelto a confinar ciertas zonas y ya asumen que tendrán una segunda oleada para el otoño.
• Desde el comienzo de la desescalada se han detectado en España alrededor de 20 nuevos rebrotes. Algunas zonas de Aragón han tenido que volver a la fase 2 ante el repunte de la enfermedad.

Pese a todo, las medidas de prudencia se relajan.
• Las noticias muestran botellones, discotecas, bares clandestinos, fiestas de San Juan, gente sin mascarilla en el transporte público… Jugamos a la ruleta rusa reabriendo el turismo.
Los comportamientos de inexplicable insensatez siguen proliferando.
• Incluso continúan celebrándose “quedadas” para contagiarse la Covid-19, pese a que varios de sus participantes han acabado muriendo por el coronavirus.
• Aumenta la influencia de los antivacunas.
• Cerca de mil bulos, a cada cual más estúpido, ya corren por internet.
• Las teorías “conspiranoicas” buscan inverosímiles culpables (Bill Gates, los microchips, la red 5G, vacunas con fetos abortados…)

¿Por qué?

Un par de características de nuestra mente, seleccionadas durante nuestra evolución como cazadores-recolectores, nos dificulta para gestionar adecuadamente la crisis de la Covid-19.

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La presión de los pares y el efecto halo ienen la culpa

La primera de ellas es “la presión de los pares”:

Nuestro cerebro está condicionado para negar la verdad si con ello consigue la aprobación del grupo.

Las últimas décadas han traído espectaculares avances en el estudio científico del comportamiento humano. Se ha desvelado alguna de las claves para entender cómo proliferan este tipo de situaciones irracionales.

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Un sencillo experimento nos permite entender como funciona ‘la presión de pares’:

La siguiente figura muestra 4 segmentos: Debes decir “a ojo” que segmento tiene la misma longitud que el segmento 1. La respuesta correcta es el segmento 3. (Con una regla es fácil comprobar que el segmento 2 es más largo y el 4 más corto).

Aproximadamente el 96% de la gente acierta la respuesta correcta a la primera.

Pero las cosas cambian radicalmente cuando entra en juego la presión por pares.

Te enseñan la figura en una pizarra. Pero tu estás en una cola. Eres el 5º. Tienes por delante a 4 personas. Tu no lo sabes, pero todas están “compinchadas” con el experimentador. Así, cuando el experimentador pregunta cuál de los segmentos tiene la misma longitud que el segmento 1, el primero de la cola responde sin dudar: el segmento 4. Sonríes para tus adentros al darte cuenta de que se equivocó. Entonces el experimentador le hace la misma pregunta al segundo de la cola que al instante contesta lo mismo: el segmento 4. Cuando todos los que están delante de ti han respondido sin dudar “el segmento 4” te planteas que tal vez seas tú el que está confundido. Y los resultados son espectaculares:

Cuando les preguntan “a solas”, el 96% de la gente acierta correctamente que el segmento 3 tiene la misma longitud que el 1. Pero cuando le preguntan en 5º lugar después de que los 4 “compinchados” delante suya respondan sin dudar que es el segmento 4, solo el 27% de la gente contesta lo correcto. Y, si tienes a 9 “compichados” por delante, entonces menos del 5% da la respuesta correcta.

Se han hecho infinidad de experimentos al respecto para demostrar la “presión de los pares”. Algunos son asombrosos y es posible que hasta cueste creerlos, pero son absolutamente reales:

Asistes a una consulta médica. En la sala de espera suena una melodía corta que se repite periódicamente. Hay 3 personas esperando. Los tres están de acuerdo con el experimentador.

Al llegar a un determinado pasaje de la melodía esas 3 personas se ponen de pie y estiran los brazos. Luego se vuelven a sentar. Al cabo de un rato, cuando la melodía vuelve a repetir el mismo pasaje, vuelven a levantarse y estirar los brazos.

Finalmente se llega a un resultado asombroso: Poco a poco va llegando nueva gente a la consulta, que no sabe nada del experimento. Pero enseguida imitan el patrón que ven. Todo el mundo se pone de pie en el momento preciso que señala la melodía.

Y mucho tiempo después de que los 3 “compinchados” hubiesen abandonado la consulta, la nueva gente que llega a la sala de espera se sigue levantando y estirando los brazos al son de la melodía.

Existe otra característica de nuestra mente, que guarda relación con la presión de los pares y que también está implicada en nuestra mala gestión de la Covid-19. Se trata del efecto halo:

El efecto halo también afecta incluso a las personas más inteligentes: Se han realizado experimentos de efecto halo en sesudas clases de doctorado, con los más brillantes alumnos de facultades de ciencias. Solo hace falta un par de ganchos “compinchados”.

En un momento determinado de la clase, estos dos ganchos se ponen a aplaudir sin que venga a cuento ni aparentemente exista razón alguna. El resto de la clase se sorprende de que alguien aplauda. Pero también se ponen, enseguida, a aplaudir.

Son los más inteligentes de su promoción, los mejor formados. No entienden por qué deben aplaudir… Pero aplauden. Sin saber por qué.

En una clase dos no son muchos. Pero su comportamiento idiota desata una idiotez colectiva.

Los neurofisiólogos han encontrado que la ‘presión por pares’ se produce en el córtex del cíngulo anterior (o circunvolución del cíngulo) de nuestro cerebro.

Cuando nuestra opinión no coincide con la de la mayoría del grupo, la circunvolución del cíngulo envía una señal de alerta aumentando nuestra presión sanguínea y el ritmo cardíaco. Entramos en estado de alarma.

Por el contrario, cuando hacemos lo que hace todo el mundo, el cíngulo anterior genera una sensación de paz. Y preferimos sentirnos en paz.

Resulta extremadamente inquietante pensar que, gracias al efecto halo, es muy fácil que unas pocas personas puedan desatar un mecanismo de presión por pares que llegue a afectar a un gran número de gente.

Las redes sociales multiplican las posibilidades de que por un efecto halo, un absurdo disparate empiece a tener un gran número de seguidores. A partir de un punto, la presión por pares hará fácil que la insensatez se imponga.

¿Como podemos hacerlo tan mal?

La respuesta es sencilla: Tanto el efecto halo como la ‘presión de los pares’ resulta adaptativa.

Los seres humanos de nuestra especie aparecieron hace casi 300.000 años en África. Eran avezados cazadores-recolectores que vivían en pequeños grupos. Les fue bien. Salieron de su hogar africano y se expandieron por el mundo.

Consiguieron adaptarse con éxito a los lugares más diversos, afrontando retos ambientales extraordinariamente diferentes: desde las heladas tundras árticas a las frondosas selvas africanas. Pero, durante más del 98% de la existencia del ser humano hemos seguido siendo cazadores-recolectores nómadas. Y no éramos muchos: unos 10 millones en todo el mundo y siempre viviendo en grupos pequeños.

Nuestra especie se originó en el Pleistoceno, una era geológica de cambios climáticos intensos, asociados a grandes glaciaciones y retrocesos en los hielos. Por eso era poco adecuada para establecerse sedentariamente en un sitio donde el clima podía cambiar muy rápido.

Pero hace 10.000 años el clima de la Tierra empezó a cambiar. Llegó el Holoceno, un tiempo de estabilidad climática. Nuestro número aumentó. En la zona del Creciente Fértil (una región histórica que se corresponde con parte de los territorios del Levante mediterráneo, Mesopotamia y Persia), y al este del Mediterráneo, empezaron los primeros asentamientos sedentarios. Se descubrió la ganadería y la agricultura. Si hay estabilidad climática uno puede plantar y esperar a la cosecha. La agricultura requiere de un clima estable.

Hace poco más de 7.000 años empezaron los primeros asentamientos Neolíticos. Fue el inicio de una revolución que en un tiempo record nos llevó desde los primeros asentamientos agrícolas hasta la sociedad tecnológica actual.

El problema es que la evolución cultural es muy rápida. Las ideas pueden cambiar en una generación. Pero la evolución biológica no.

En animales longevos como nosotros, en solo 7.000 años hay muy poco cambio evolutivo: Si una máquina del tiempo trajese hasta nuestra época a un bebé humano de hace 10.000 años para criarlo en nuestro ambiente, nadie lo distinguiría de un individuo actual. Podría ganarse la vida perfectamente como oficinista, ingeniero o periodista. Igualmente, un bebé actual podría convertirse en un buen cazador-recolector si viajase 10.000 años atrás en el tiempo.

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Hoy en día podemos entrenar nuestra mente en el rigor matemático, en el método científico, en la lógica y conseguir grandes logros intelectuales: Desarrollar la ciencia y la tecnología, el progreso y la civilización.

Pero nuestra mente sigue siendo, ante todo, la mente de un cazador-recolector, adaptada a vivir en pequeños grupos.

El “efecto halo” es un buen ejemplo: un pequeño grupo de cazadores recolectores tiene que actuar rápido y bien cohesionado para aprovechar oportunidades de caza o escapar de los peligros. Tiene que responder en un segundo al aviso urgente de uno de sus miembros, sin perder el tiempo en cuestionarlo.

En la “presión de los pares” encontramos otro ejemplo de una mente adaptada para sobrevivir en el Pleistoceno: La supervivencia de un pequeño grupo de cazadores recolectores depende de su grado de cohesión. Hay muchas más posibilidades de sobrevivir manteniendo la cohesión del grupo alrededor de una mala idea que rompiendo la cohesión grupal por defender, a contracorriente, una idea mejor.

Los pequeños grupos de cazadores-recolectores se movían demasiado lentos, interactuaban demasiado poco y vivían con densidades de población tan bajas que no sufrían pandemias globales como la de la Covid-19.

Así, un virus zoonótico como el SARS-CoV-2 podía acabar con un pequeño grupo de cazadores recolectores. Pero como su interacción con otros grupos era muy limitada, sus posibilidades de seguir propagándose eran prácticamente nulas.

Casi 300.000 años de evolución dejaron su marca en el córtex del cíngulo anterior. Pero ya no somos un pequeño grupo de un par de docenas de cazadores recolectores. Somos miles de millones tremendamente interconectados.

Nuestras mentes no están preparadas para enfrentarnos a la Covid-19.

Por suerte la evolución permitió que nuestras mentes también sean lo suficiente flexibles como para superar nuestros comportamientos atávicos.

No permitas que te controle tu mente de troglodita. Incrementa al máximo tu prudencia ante la Covid-19.

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