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La verdad sobre los ‘sistemas de protección engañabobos’ que están vendiendo a bares, restaurantes, hoteles…

  • El "come y calla" de la abuela puede salvar más vidas que los milagrosos arcos fumigadores, luces ultravioleta o textiles antivirus
  • La radiación ultravioleta es cancerígena y produce daños oculares. El ozono es un potente oxidante cuya exposición puede ser letal
  • El declinar de la ciencia, que afecta a demasiadas facetas de nuestra vida, se puede ver en algunas medidas que estamos tomando
 

25 mayo, 2020


Eduardo Costas.
Catedrático de Genética de la UCM.
ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA NACIONAL DE FARMACIA

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Los expertos llevan tiempo advirtiéndolo: Pese a ser las actividades que trajeron al mundo el extraordinario bienestar del que disfrutamos actualmente, desde hace algo más de dos décadas estamos asistiendo a un lento pero imparable declinar de la ciencia, la sanidad y la ingeniería.

El declinar de la cultura científica es evidente. En los países occidentales cada vez hay menos proporción de estudiantes que quieran seguir carreras de ciencias, sanidad o ingeniería. Por el contrario, se ha incrementado significativamente el predicamento y el poder de profesiones sustentadas principalmente en componentes ideológicos que al final acaban detentando el poder político y empresarial.

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En plena era de populismos y fake news, estamos asistiendo al resurgir de la irracionalidad en redes sociales y medios de comunicación. Mientras la ciencia se encuentra “contra las cuerdas”, proliferan numerosos movimientos irracionales (antivacunas, terraplanistas…), al tiempo que influencers, youtubers o tiktokers, de nula cualificación, que propagaban disparates sin sentido sobre el coronavirus, cuentan con muchos más seguidores que los médicos y científicos que luchan en primera línea contra el SARS-CoV-2.

Los ejemplos abundan: Vale la pena comparar TikTok, una start-up que explota una plataforma para vídeos cortos en dispositivos móviles, donde adolescentes de unos 16 años graban vídeos de 15 segundos para compartir en las redes sociales (y que difundió cientos de bulos acerca del coronavirus) con Celera Genomics, la mítica empresa de biotecnología que completó la secuenciación completa del genoma humano, sin duda una de las hazañas científicas más imponentes de la historia.

La secuencia del genoma humano seguirá proporcionando, durante décadas, importantísimos avances a la medicina. Mientras perviva la civilización, el descubrimiento de Celera Genomics será recordado.

Pero a TikTok le fue infinitamente mejor: Enseguida se convirtió en la startup más valiosa del mundo. Al poco tiempo de empezar ya había alcanzado un valor de más de 75.000 millones de dólares.

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Ahora que el SARS-CoV-2 nos ha situado ante la circunstancia más excepcional de nuestra vida, el Gobierno ha querido subrayar su «especial compromiso con el refuerzo de algo tan fundamental como es la investigación científica para el desarrollo de una vacuna y de una cura definitiva para el Covid-19».

Este compromiso con la investigación se tradujo en la inversión de 30 millones de euros para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Instituto de Salud Carlos III.
Sólo el doble de lo que han dado a las televisiones. Y menos de la cuarta parte de lo que el futbolista Lionel Messi cobra en un solo año: más de 130 millones de euros, según la revista Forbes.

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¿Sistemas de protección falsos?

Este declinar de la ciencia, que afecta a la mayoría de las facetas de nuestra vida, se puede observar especialmente en muchas de las medidas que tomamos para volver a la “nueva normalidad” post-coronavirus.

Basta una simple consulta en las bases de publicaciones científicas MedRxiv y BioRxiv sobre las investigaciones urgentes en Covid-19 para encontrar que el sector del turismo, la hostelería y los viajes fueron los principales responsables en que el SARS-CoV-2 se convirtiera en una pandemia desastrosa a nivel mundial.

Tras un ingente esfuerzo de sanitarios, científicos y población en general, el coronavirus se encuentra en franca recesión en Europa. Y, en este momento, numerosos establecimientos hosteleros empiezan a llenarse de carteles del tipo “Ambiente libre de virus, bacterias y nanopartículas”.

Numerosos locales presumen de contar con diversos ‘inventos de última tecnología’, con los que pretenden desinfectar sus estancias gracias a unas misteriosas “máquinas de niebla que higienizan el local y eliminan las partículas de aire”.

Aparatos comprados con toda la buena intención por los propietarios de los locales, que pese a su difícil situación económica es posible que hayan tenido que gastar (algunos) incluso varias veces el precio habitual de los aparatos. Y todo para proteger a sus clientes,

La venta de túneles y arcos de seguridad donde se “fumiga” al cliente con biocidas se ha incrementado en un 500%, a pesar de que el Ministerio de Sanidad ha prohibido pulverizar estas substancias sobre las personas.

Para colmo se ha desatado la moda de los “tejidos antivirus”, definidos como “potentes antimicrobianos capaces de impedir que el coronavirus se replique en superficies textiles”.

Al mismo tiempo, los sistemas germicidas más convencionales, basados en ozonizadores y en luz ultravioleta, proliferan si control.

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La cruda verdad sobre sistemas engañabobos

Es el momento de decir claramente con toda crudeza que, en su gran mayoría, todos estos sistemas no son más que reclamos engañabobos totalmente ineficaces.

Imaginemos que un establecimiento hostelero cuenta con un aparato maravilloso que deja totalmente estéril el local antes de abrir (lo que por cierto es tan difícil de conseguir que no siempre se logra, ni siquiera en los mejores quirófanos).

Imaginemos además que el local cuenta con un arco mágico que esteriliza totalmente de coronavirus la piel, el pelo, la ropa y el calzado de todas las personas que entran en él. Por supuesto, nuestro establecimiento también tiene sensores térmicos que impiden la entrada de clientes con fiebre.

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Hagamos un experimento para ver la eficacia de estas medidas:

Imaginemos que yo estoy enfermo de COVID-19 y aún no tengo síntomas. Pero ya contagio. Me dispongo a entrar en el establecimiento hostelero. Me enfrento a la cámara térmica, pero tengo una probabilidad razonable de que no me detecte: Aproximadamente el 20 % de personas con COVID-19 no tienen fiebre, pero pueden contagiar. Atravieso, sin problemas, el filtro del detector térmico.

Entonces paso por ese arco mágico que elimina totalmente los virus que yo pueda llevar sobre la ropa, el pelo, los zapatos (lo que, en realidad, es totalmente imposible). Entro en el establecimiento cuyo maravilloso sistema ha hecho que no tenga ningún virus en mi exterior, ni haya ninguno en el ambiente.

Simplemente, una vez dentro, me pongo a hablar. Cada minuto esparciré una media de 2.500 gotitas de saliva. Y en cada mililitro de mi saliva tendré millones de virus. Tras hablar tan solo 5 minutos habré lanzado más de 10.000 gotitas cargadas de SARS-CoV-2 infectivas y que se mantendrán en el aire en suspensión durante unos 10-15 minutos.

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Es fácil comprobar que, incluso en el hipotético caso de que los inventos instalados en el establecimiento hostelero cumpliesen las especificaciones de las que presumen, la entrada de un solo cliente infectado por el SARS-CoV-2 supondría un riesgo significativo.

Esta es la causa de un reciente caso de un serio rebrote de Covid-19, asociado a un restaurante de la localidad de Leer, en la baja Sajonia, el primer estado federado de Alemania en permitir la reapertura de restaurantes con restricciones de aforo y distancia de seguridad.

Porque ninguno de los milagrosos arcos fumigadores o textiles antivirus van a impedir el contagio del coronavirus.

Por el contrario, estas nieblas desinfectantes ozonizadores, ultravioletas etc., añaden otro peligro:
La radiación ultravioleta es mutágena y cancerígena y produce daños oculares.
El ozono es un potente oxidante cuya exposición a tan solo 10 partes por millón durante una hora es letal para los humanos.

Y la mayor patraña: Los textiles antivirus capaces de impedir que el coronavirus se replique. El coronavirus (y cualquier otro virus) es del todo incapaz de replicarse en superficies textiles, ni en ningún tipo de superficies sea cual sea su material. Tan solo puede hacerlo dentro de las células que infecta.

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No es de extrañar que, en una sociedad acientífica, las patrañas proliferan.

Para los establecimientos hosteleros el viejo sistema de limpiar todo con lejía es magnífico. Que se ventile el interior todo lo que se pueda, que los clientes y el personal mantengan la distancia de seguridad, que todos se laven las manos, que usen mascarillas todo el tiempo que se pueda…

Y tal vez recordar que un viejo consejo de nuestras madres: el antiguo “come y calla”, tal vez pueda salvar muchas más vidas que todos los fantasiosos artilugios engañabobos.

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