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Virus: diminutas máquinas de matar extraordinariamente eficaces

25 febrero, 2020

Eduardo Costas y Victoria López Rodas
Catedráticos de Genética. Facultad de Veterinaria: Universidad Complutense de Madrid

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Además de las bacterias existen otros agentes patógenos mortíferos, como los virus. Son tan pequeños que están formados por apenas unas docenas de moléculas. Pero no por ello dejan de ser máquinas de matar extraordinariamente eficaces.

Responsables de una larga historia de muerte y desolación, los virus llevan milenios asolando a la humanidad: un poxvirus, el de la viruela, mató al menos a 300 millones de personas en los últimos 500 años.

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El paramixovirus del sarampión le sigue de cerca. Hace 100 años la gripe (por entonces conocida como gripe española) acabó con el 6% de toda la humanidad. Causó 4 veces más muertos que la Primera Guerra Mundial, que aterrorizó al mundo.

El ébola y el sida son ejemplos de lo letal que puede ser un virus

El ébola, cuya amenaza se cierne desde la cercana África, o el sida, de consecuencias tan terribles hasta que el progreso de la medicina logró atemperarlo, son dos buenos ejemplos de lo letales que pueden llegar a ser los virus.

Y contra los virus no funcionan los antibióticos. Pero tenemos dos herramientas que, de momento, nos permiten ir ganando la guerra contra los virus.

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Desde mediados del siglo pasado, el rápido desarrollo de la genética molecular permitió a la humanidad conocer en detalle como funcionan los virus.

Podría decirse que los virus están en el límite de la vida: son agentes infecciosos diminutos, que solo pueden multiplicarse cuando están dentro de las células de otros organismos. Fuera de sus células diana, son incapaces de reproducirse o de tener alguna actividad metabólica.

Los virus son, en esencia, un pequeño trozo de ADN o ARN (que lleva los planos para construir más virus iguales a sí mismos), rodeado de una cubierta protectora de proteínas que les permite entrar en las células.

Algo así como una especie de jeringa que inyecta el material genético del virus dentro de su víctima.

Una vez allí dentro, el genoma del virus toma el mando y pone a la célula infectada a producir miles de copias del virus.

Finalmente, la célula infectada y repleta de virus explota, liberando su mortífera carga que va a infectar a otros miles de células.

Es fácil imaginar que tal proceso puede resultar letal en muy poco tiempo.

Pero el conocimiento de la estructura molecular de los virus y de su funcionamiento nos permitió desarrollar sustancias antivirales muy eficaces.

Cada uno de estos fármacos es específicamente activo contra un determinado virus diana inhibiendo algún proceso esencial de su ciclo de vida.

Los antivirales contra el sida son un buen ejemplo: antes de su aparición el sida era mortal. Hoy es una enfermedad que probablemente pronto llegue a curarse.

El caso de los nuevos fármacos antivirales contra la hepatitis C es otro buen ejemplo de una enfermedad que antes era mortal y que ahora se cura.

Pero los virus también son capaces de desarrollar resistencia contra estos fármacos. Recordemos el caso de la pandemia de gripe aviar (H1N1) que durante unos meses tanto nos preocupó.

Se disponía de un antiviral eficaz (el oseltamivir). Pero en las poblaciones del virus había mutantes resistentes, lo que planteó el dilema de cuándo y cuánto se debía tratar.

Y al igual que en el caso de la resistencia a los antibióticos, la resistencia a los antivirales hace que nunca podamos parar y sigamos desarrollando fórmulas para mantener nuestras defensas preparadas.

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