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«El futuro que viene» (1) ¿Volveremos a tener que enfrentarnos a una nueva pandemia? ¿Ocurrirá pronto?

  • Los mejores expertos en enfermedades infecciosas, evolución de microorganismos y ecología piensan que ésta no será la última gran pandemia que vivamos en nuestra vida
  •  Los humanos tenemos hoy un estilo de vida que nos convierte en blancos fáciles para patógenos infecciosos emergentes
  • Y la amenaza, además de los virus, se extiende también a bacterias y a otros patógenos como protozoos, hongos, parásitos...

02 abril, 2021

Eduardo Costas Catedrático de Genética de la UCM ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA NACIONAL DE FARMACIA Victoria López Rodas Catedrática de Genética de la Universidad Complutense

Lo más probable es que la Covid-19 no sea la última gran pandemia a la que se enfrenten muchos de quienes lean este artículo. Tampoco será la más mortífera, ni la que causará más daños económicos. Incluso las restricciones de los peores tiempos de la Covid-19 parecerán llevaderas frente a las medidas que será necesario tomar en pandemias venideras.

Al menos esto es lo que piensan muchos de los mejores expertos en enfermedades infecciosas, ecología y evolución de microorganismos.

Pero a los científicos, de momento, les pasa como a Casandra, la princesa troyana a la que el dios Apolo concedió el don de ver el futuro y la maldición de que nadie creyese sus previsiones.

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¿Acertarán los científicos con sus previsiones de las pandemias?

Desafortunadamente todo indica que estamos entrando en un tiempo en el que, si no hacemos un esfuerzo titánico por impedirlo, las nuevas pandemias asolarán a la humanidad.

Para entender por qué es así resulta imprescindible tener en cuenta que la gran mayoría de las enfermedades infecciosas emergentes que afectan a los seres humanos son zoonosis.

Las zoonosis tienen su origen en un patógeno que normalmente infecta a un animal, pero que en determinadas ocasiones es capaz de dar un salto entre especies para terminar infectando a los seres humanos.

Este es el caso de enfermedades tan comunes como la gripe (cuyos virus nos llegaron por primera vez desde las aves), o el SIDA (una enfermedad que en origen fue un virus de chimpancés), o de enfermedades tan letales como el Ébola o el Marburgo (cuyos virus infectan a murciélagos frugívoros), o de la Covid-19 (cuyo origen está en un coronavirus que infectaba pangolines y murciélagos).

Los datos, a favor de la «era de las pandemias»

Un año antes de que estallase la pandemia de la Covid 19 empezó a gestarse un ambicioso proyecto internacional, el «Global Virome Project» (Proyecto Viroma Global), que pretende establecer un listado de todos los virus zoonóticos que pueden dar lugar a nuevas enfermedades infecciosas en los seres humanos. Para llevar a cabo semejante investigación se necesita la participación de miles de científicos.

Las cifras que se barajan son muy malas para los seres humanos.

Se estima que hoy en día hay alrededor de 827.000 virus que podrían pasar en algún momento desde diversos animales salvajes hasta las personas. Pero podrían ser muchos más. Puede que la cifra se sitúe cerca de 2.000 millones.

Teniendo en cuenta que por el momento solo tenemos catalogados unos 264 virus que hasta ahora han conseguido hacer esto, la situación es más que alarmante.

¿Por qué un virus que infecta a un animal va a dar el salto a los seres humanos?

Para entenderlo debemos recordar una frase del gran genetista Theodosius Dobzhansky: «En biología nada tiene sentido si no es a la luz de la evolución».

La mayoría de los virus con potencial para desatar nuevas pandemias en humanos son virus que por ahora están infectando a mamíferos o a aves. Hay 4.381 especies de mamíferos y 9.271 especies de aves.

Tras la extinción de los dinosaurios vino una era en la que a los mamíferos y a las aves les fue muy bien. Como mantenían poblaciones de un tamaño considerable constituían un recurso abundante y seguro para los virus.

Empleando un símil humano podríamos decir que para un virus cualquiera especializarse en infectar mamíferos o aves era una excelente manera de «ganarse la vida».

Por el contrario, los seres humanos no resultábamos tan buen recurso para los virus.

Durante la mayor parte de nuestra historia los humanos fuimos cazadores-recolectores. Vivíamos en pequeños grupos bastante dispersos. Nunca fuimos mucho más de 2 millones de personas en toda la Tierra y estábamos aislados en pequeños grupos de hasta unos 200 individuos. Nos desplazábamos lentamente a pie. Nuestros ancestros no veían mucho mundo ni conocían a mucha gente.

Seguramente, como consecuencia de la caza, algunos virus zoonóticos consiguieron pasar de animales cazados a humanos. En la gran mayoría de los casos el virus terminaba infectando a muchos de los componentes del pequeño grupo aislado donde se había producido el salto. Pero en un grupo de unos 200 individuos pronto se alcanzaba la inmunidad de rebaño y el virus se extinguía.

Ahora las tornas han cambiado.

¿Cuándo nos convertirnos en un buen negocio para los virus?

Con el descubrimiento de la agricultura y la ganadería empezamos a crecer. Nos asentamos en poblaciones cada vez más grandes. Poco a poco empezamos a padecer enfermedades infecciosas emergentes, la mayoría zoonóticas que nos llegaban desde los animales que domesticábamos. Empezamos a convertimos en «un buen negocio» para los virus.

La revolución industrial y el desarrollo de la tecnología nos volvió poderosos. Crecimos con extraordinaria rapidez y colonizamos la mayoría del planeta. Hoy en día ya somos unos 7.800 millones de personas.

Nuestro crecimiento ocurrió a una velocidad extraordinaria. A principios del siglo XX, la biomasa total de los seres humanos más su agricultura, ganadería, industria, construcciones y todos los artefactos construidos por el hombre tan solo representaba el 5% de toda la biomasa de los demás seres vivos del planeta. Pero crecía extraordinariamente rápido.

Cuando empezó la pandemia de la Covid-19 acabábamos de alcanzar un hito preocupante: Nuestra biomasa y la de nuestra agricultura, ganadería e industria acababa de superar a la biomasa del resto de los seres vivos sobre la Tierra. Hemos ocupado, transformado y contaminado la gran mayoría de la superficie del planeta, su atmósfera, sus aguas continentales y sus océanos.

Por el contrario, mientras nosotros crecemos descomunalmente casi todas las poblaciones de mamíferos y de aves están sufriendo una extraordinaria regresión. Hoy en día hay más de 1.100 especies de mamíferos y algo más de 1.000 especies de aves que se encuentran en serio peligro de extinción.

El pangolín y el vigor sexual

Volvamos a emplear un símil humano. Imaginemos al SARS-CoV-2 dedicado a infectar pangolines. Durante miles de años le fue muy bien. Era un «buen negocio» porque había muchos. Pero hace unas cuantas décadas la gente empezó a creer, sin motivo alguno, que las escamas dérmicas del pangolín (hechas de queratina, la misma proteína con la que se constituye nuestro pelo) era un remedio excelente para curar diversas enfermedades y al mismo tiempo obtener vigor sexual.

El pangolín se convirtió en una de las especies de animales con las que más se traficó, y en poco tiempo llegó a estar en peligro de extinción. Y así, el pangolín dejó de ser un recurso atractivo para los virus que lo infectaban, incluyendo muy probablemente al coronavirus que hoy nos asola.

Siguiendo con los símiles humanos, las crisis son épocas de oportunidades para emprendedores con nuevas ideas. Y un diminuto emprendedor hizo el negocio de su vida cuando pasó de infectar decadentes poblaciones de pangolines a infectar la ingente población de seres humanos.

Una de las hipótesis que parecen más probables es que el SARS-CoV-2 pasó desde los pangolines a los humanos.

De ser así nadie puede dudar que el coronavirus dio el mayor «pelotazo» de su historia. Pasó de tener un recurso de apenas unos pocos miles de individuos que menguaba rápidamente a tener a su disposición 7.800 millones de personas que potencialmente podían ser infectadas.

Nuestro estilo de vida, un paraíso para virus… y bacterias

Para facilitar las cosas a los virus zoonóticos, los seres humanos modernos tenemos un estilo de vida que nos convierte en blancos extremadamente fáciles para los patógenos infecciosos emergentes.

Nos gusta vivir hacinados en grandes ciudades y asistir a eventos masivos. Millones de nosotros viajamos en avión sin el más mínimo control sanitario y podemos dispersar a un virus por todo el mundo en unas pocas horas.

No hay duda de que los seres humanos somos lo más parecido al paraíso que puede haber para los, cuando menos, 827.000 virus zoonóticos con capacidad de pasar desde las poblaciones animales en regresión hasta nuestra floreciente población humana.

Lo peor es que algo similar a lo que ocurre con los virus podría también pasar con bacterias y con otros patógenos como protozoos, hongos, parásitos, etc.

A fin de cuentas, nuestra biología es muy parecida a la del resto de los mamíferos y no muy diferente de la de las aves. Y a cualquier patógeno de mamíferos o aves no le va a costar mucho infectar a humanos.

Por supuesto que los virus (o las bacterias) no piensan conscientemente en que su futuro está en dar el salto para poder infectar a la ingente población de seres humanos. Lo hacen por casualidad. Pero basta con la simple casualidad para que muchos patógenos infecciosos emergentes logren dar tal paso.

Para probar esta hipótesis ya se ha empezado a medir el número de patógenos zoonóticos que en los últimos tiempos están consiguiendo pasar de mamíferos y aves a humanos.

Los resultados son escalofriantes.

De eso tratará el siguiente artículo.

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