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Análisis: ¿Qué nos va a pasar con el coronavirus?
El SARS-CoV-2 ha venido para quedarse

  • Es muy probable que ya se haya superado la fase en la que podíamos contenerlo, y a estas alturas incluso las medidas de contención más estrictas pueden no ser efectivas 
  •  La expansión va a ser rápida, alcanzando a mucha gente en todo el mundo. No hay anticuerpos. Todos los humanos pueden infectarse

10 marzo, 2020

Eduardo Costas
Catedrático de Genética de la UCM
ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA NACIONAL DE FARMACIA

Hace unos 3 meses, un coronavirus, que hasta ahora no afectaba a los seres humanos, fue capaz de saltar la barrera entre especies. Nada más infectar al primer hombre comenzó a expandirse muy rápidamente por todo el mundo.

No es el primero. A lo largo de la historia, los virus zoonóticos que pasaron desde los animales a los seres humanos han causado cientos de millones de muertos: Tal es el caso del virus del sida, que ya ha matado al menos a 32 millones de personas y mantiene infectadas a otros 38 millones, o el del virus de la “gripe española”, que entre 1918 y 1920 mató a más de 50 millones de seres humanos.

Sin duda, estos virus son una amenaza global que puede llegar a ser catastrófica: científicos de la talla de Stephen Hawking, que reflexionaron mucho sobre el futuro de la humanidad, pensaron que los seres humanos corrían mayor riesgo de extinguirse por un virus zoonótico que por el impacto de un asteroide como el que terminó con los dinosaurios.

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Nuestra memoria recuerda los terribles resultados de enfermedades infecciosas que periódicamente asolan a la humanidad, cambiando incluso el curso de la historia: la epidemia que acabó con la Atenas de Pericles; la que casi termina con Cartago permitiendo la expansión de los Romanos; la que devastó a la Roma de Marco Aurelio; la que desmembró Bizancio terminando con el esplendor de Justiniano; las grandes epidemias de la Edad Media; o las que acabaron varias veces con más del 60% de la población de China durante el último milenio, son una buena prueba.

Con tales antecedentes, no es de extrañar que el SARS-CoV-2 haya desatado la preocupación planetaria.

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Los virus zoonóticos cada vez tienen más oportunidades de infectar a los humanos

Para entender cómo y por qué ocurre lo que está pasando, es necesario recurrir a la frase: “En biología nada tiene sentido si no es a la luz de la evolución”, que sintetiza magistralmente la estrategia que permitió los mayores avances en la historia de las ciencias biológicas. Porque lo que ocurra con el coronavirus SARS-CoV-2 es ante todo un problema evolutivo. Y abordarlo como tal nos permitirá predecir qué pasará.

Hay millares de virus diferentes que infectan el tracto respiratorio y gastrointestinal de mamíferos y aves. De vez en cuando, alguno de estos virus consigue infectar, por primera vez, a un ser humano. De hecho, cada vez tienen más oportunidades de hacerlo porque a diario estamos alterando diversos ecosistemas y entrando en contacto con numerosos animales con los que no solíamos interactuar.

El primer desafío que se le plantea a un virus zoonótico es saltar la barrera entre especies. Algunos virus ya tienen el potencial para hacerlo, pues compartimos con muchos animales un montón de rutas bioquímicas y estructuras celulares. Pero la mayoría tendrán que sufrir una mutación que les permita infectar a la especie humana.

Estas mutaciones se producen con una frecuencia muy baja (del orden de 10 elevado a menos seis o menor). Además, ocurren al azar, sin finalidad alguna, por un mero error de replicación en su material genético. Y la mayoría de las veces producen copias defectuosas del virus que son eliminadas por la selección natural. Por eso es raro que se produzcan mutaciones que permitan que los virus animales infecten a humanos.

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Pero una vez que ocurre, entramos en otro escenario:

cuando un organismo intenta colonizar un nuevo ambiente (o un nuevo mutante procura incrementar su frecuencia en una población), al principio lo tiene muy difícil: casi ninguno lo consigue. La gran mayoría de los virus zoonóticos que consiguieron pasar a seres humanos se extinguieron, sin dejar el más mínimo rastro en la historia, tras afectar solo a muy poca gente.

Así, mientras haya un número pequeño de virus (o lo que es lo mismo, muy pocas personas afectadas), es fácil erradicarlo. Y es una excelente estrategia “ayudar a la evolución” en este punto, dedicando el máximo esfuerzo posible a contener la expansión del virus zoonótico nada más detectarse.

Por ejemplo, esta estrategia salió bien con otro coronavirus: la epidemia de SARS que empezó en 2003, también en China, cuando el virus se propagó de un pequeño mamífero a los humanos. Se logró contener al principio y no se han reportado nuevos casos de SARS desde 2004.

Sin embargo, en el caso del actual SARS-CoV-2 es muy probable que ya se haya expandido hasta el punto de superar la fase inicial donde aún era posible contenerlo. Y, a estas alturas, las medidas de contención, incluso las más estrictas, pueden no ser efectivas para parar el virus.

Pero sí son útiles para ralentizar al máximo la expansión del virus. Y así hay que hacerlo.

Est la manera de conseguir que el sistema sanitario pueda dar ayuda a los infectados: no es lo mismo que enfermen un millón de personas en una semana a que lo hagan en un año. Y además, cuanto más lenta sea la progresión del virus, más tiempo tendremos para desarrollar una vacuna eficaz o un fármaco que pueda inhibir su reproducción.

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¿Por que unos virus superan esta fase inicial y otros no?

En parte es un problema de azar (que se estudia matemáticamente por la distribución de probabilidad de los sucesos raros). Pero también es un problema de selección natural: El SARS-CoV-2 sigue lo que en biología evolutiva se llama la estrategia del virus inteligente. Un virus que sea capaz de infectar antes de dar síntomas tendrá ventaja frente a un virus que solo infecta después de producir una enfermedad con síntomas muy evidentes.

La selección natural favorece a los virus con una elevada infectividad y una baja letalidad:

Si un virus mata muy rápido a su víctima, ésta tendrá poco tiempo para contagiar a otros. Por el contrario, si un virus produce síntomas leves y no hace mucho daño, sus víctimas podrán seguir con su vida normal contagiando a miles de personas.

El hecho de que en cerca de 3 meses el SARS-CoV-2, que seguramente tan solo infectaba a alguna pequeña población de un animal salvaje, se haya expandido por todo el mundo infectando a cientos de miles de personas, además de un extraordinario éxito evolutivo constituye una prueba de que se trata de un virus de estrategia evolutiva inteligente.

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Una vez superada esta fase inicial crítica, para el virus se abre “una época dorada”: los más de 7.700 millones de personas que a día de hoy habitan la Tierra son un ingente recurso. La expansión va a ser rápida, alcanzando a mucha gente en todo el mundo.

Como se trata de un virus nuevo, en esta fase la gente no ha estado nunca expuesta a él. No hay personas que tengan anticuerpos contra el virus. Todos los humanos son susceptibles de infectarse.

El SARS-CoV-2 ha venido para quedarse

Lo más probable es que el SARS-CoV-2 ya haya alcanzado esta fase. Todo apunta a que hemos sido derrotados por la mezcla entre la elevada capacidad de contagio de este coronavirus y nuestra peculiar forma de vida que nos lleva, por una parte a hacinarnos y por otra a viajar enormes distancias a menudo sin otro motivo que el ocio.

Por eso, en esta fase el número de infectados crecerá muy rápidamente. Es muy probable que al final el virus consiga infectar a una gran cantidad de personas a lo largo de este año. Y nos parecerá que hemos perdido la batalla. No hemos conseguido parar al virus y, a partir de ahora, puede que llegue a ser endémico para el hombre.

Se abre entonces un tercer escenario:
el de la coevolución entre el SARS-CoV-2 y el hombre

En este punto, al quedar infectados las personas desarrollan anticuerpos. Poco a poco van consiguiendo inmunidad. No se sabe si solo con una infección se desarrollará inmunidad para siempre. Tampoco se sabe si el virus va a mutar y presentará diferentes variedades como hace el de la gripe. Desconocemos si va a comportarse como un virus estacional donde el número de casos disminuye mucho en verano, como también ocurre con la gripe. Podríamos tener olas de infecciones en los inviernos. También desconocemos cuando habrá una vacuna eficaz o un fármaco capaz de inhibir la replicación del SARS-CoV-2.

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En todo caso, a medida que el virus vaya infectando a más personas, cada vez va a haber mas seres humanos resistentes al virus tras haberse curado de la enfermedad desarrollando anticuerpos. En este sentido, los niños y los más jóvenes apenas están enfermando. Son casos leves, pero, al infectarse, están desarrollando inmunidad. Cuando estas personas crezcan, ya habrá un porcentaje muy elevado de la población resistente al virus. En el futuro las personas se inmunizarán de niños y no tendrán problemas de mayores.

Estas personas resistentes harán que cada vez el SARS-CoV-2 vaya teniendo un nicho más pequeño.

Los modelos matemáticos demuestran que cuando mas de un 10% de la población haya desarrollado inmunidad, el número de infectados empezará a bajar. Pero hasta ese momento serán muchísimas las personas que se verán afectadas.

Lo más fácil es que un gran número de seres humanos acabe infectándose, a pesar de las medidas que se pongan.

Por suerte, y sólo por lo que sabemos hasta ahora, el SARS-CoV-2 parece que no es muy letal: alrededor del 3% de los diagnosticados fallece. Incluso es probable que su verdadera letalidad sea menor, porque hay personas, sobretodo niños y jóvenes, que padecen la enfermedad con tan pocos síntomas que no son detectados.

La gripe estacional es mucho peor: en la temporada de la gripe de 2017-2018, cerca de 800.000 personas padecieron la enfermedad; 52.000 tuvieron que ser ingresadas y casi 15.000 fallecieron. Y eso que para la gripe hay vacuna, aunque no sea totalmente eficaz.

Aparentemente el COVID-19 no apunta a ser una enfermedad de proporciones catastróficas. Pero cuidado, que tampoco sería la primera vez que sufrimos una derrota frente a los virus: desde que aparecimos como especie, cientos de virus muy diferentes lograron pasar desde otros animales hasta nosotros. Esto ocurrió sobre todo en el neolítico, cuando empezamos a convivir estrechamente con las diversas especies de animales que íbamos domesticando.

Así que no hay razón para “tirar cohetes”: porque es muy probable que el SARS-CoV-2 haya llegado para quedarse. Y una de las cosas a tener en cuenta es que para recuperarse del COVID-19 mucha gente necesitará hasta un mes de hospitalización, un tiempo significativamente mayor que en los casos de la gripe estacional. Y también hay que tener un especial cuidado con ancianos y personas inmunosuprimidas.

La expansión del SARS-CoV-2 puede ser un ejemplo del que deberíamos aprender: Porque aunque nos parezca terrible hay otros virus todavía mucho más problemáticos (Arbovirus, Ébola, Nipah…) que también pueden tener su oportunidad para entrar en un nicho libre tan grande como la población de seres humanos.

Más tarde o más temprano nos veremos con ellos.

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